6 de octubre de 2016
El cronista de la revista The
New Yorker compartió su experiencia y su saber sin más trucos y sin más
consejos que la propia reflexión sobre su trabajo.
Cartagena de Indias, julio de 2002
Relator: Ariel Castillo
Su taller no fue una clase
magistral de universidad en la que el orador, parado desde aun atril, no
alcanza a distinguir las caras más allá de la primera fila, sino el encuentro
frente a frente de un periodista, que ha caminado medio mundo en busca de
historias, con un pequeño grupo de reporteros de América Latina.
Durante una semana escuchamos a
este cronista estrella de la revista The New Yorker, quien siempre estuvo
dispuesto a compartir con nosotros su experiencia y su saber sin más trucos y
sin más consejos que la propia reflexión sobre su trabajo.
Un hombre palabras y
gestos
No habían pasado muchas horas desde
que Jon Lee Anderson se bajó del último avión que lo trajo desde el otro lado
del continente a Cartagena de Indias, en el Caribe colombiano. Cuando entró al
salón Álvaro Cepeda Samudio, en la sede de la Fundación Nuevo Periodismo,
llevaba en la mano un café caliente que le empañaba a cada rato los lentes de
aros dorados. Se presentó sin preámbulos, apelando a historias de su
experiencia como periodista especializado en perfiles, en un español de matices,
bastante fluido y directo.
Su taller no fue una clase
magistral de universidad en la que el orador, parado desde aun atril, no
alcanza a distinguir las caras más allá de la primera fila, sino el encuentro
frente a frente de un periodista, que ha caminado medio mundo en busca de
historias, con un pequeño grupo de reporteros de América Latina. Durante una
semana escuchamos a este cronista estrella de la revista The New Yorker, quien
siempre estuvo dispuesto a compartir con nosotros su experiencia y su saber sin
más trucos y sin más consejos que la propia reflexión sobre su trabajo.
Como parte de los requisitos para
asistir al taller tuvimos que leer algunos perfiles elaborados por Jon Lee y
llevar un par de textos de nuestra propia cosecha. Aquellos artículos fueron
leídos por el grupo de asistentes y por el mismo Jon Lee quien se encargó de
comentarlos con apuntes contundentes, pues se había tomado el trabajo de leerlos
uno a uno, con tal capacidad de despiece que logró desarmar la arquitectura con
la que estaban construidos para señalarnos allí mismo las fallas estructurales
de narrativa y reportería. Incluso llegó a descubrir con lucidez las
intenciones ocultas y las posturas no expresadas abiertamente por cada autor,
de tal manera que halló la viveza, las trampas, los implícitos no conscientes,
los prejuicios y hasta las fobias dichas sin decir. Sus comentarios y apuntes a
lo largo del taller fueron una demostración de su conocimiento empírico de la
sicología humana, y de un saludable y agudo sentido del humor, a veces cortante,
pero nunca ofensivo.
Para no quedarse en abstracciones,
cuando necesitó explicar sus razones sobre temas que surgieron en el taller,
Jon Lee apeló a un derroche de imaginación certera que le permitió acudir a
ejemplos sobre la marcha con los que respondió todas nuestras inquietudes. Con
esa misma capacidad nos ayudó a ampliar la mirada sobre nuestros propios
trabajos para encontrar en ellos la coyuntura, el contexto, la variedad que le
da ese brillo que solo tienen los textos con sentido universal.
Pero el taller no solo fue de
palabras, también hubo gestos. El propio Jon Lee se ayudaba con las manos para
rematar sus propias frases. A veces lo hacía colocándolas hacia el frente, una
debajo de otra, como si revolviera las fichas de un imaginario juego de Dominó.
También hubo momentos en los que se levantó de su silla para representar a esos
personajes duros que ha conocido. Fue en aquellos instantes cuando vimos como
se movía con soltura ese rubio, cuarentón, delgado y grandote que haciendo de
actor de teatro lograba imitar los gestos de matón de un mandatario del Oriente
Medio.
Pero más allá de esa forma
particular para ayudarse, para hacerse entender, para contar historias,
estábamos ante un periodista de raza, con una amplia experiencia profesional
producto de su trabajo en zonas de guerra, o en esos sitios donde se concentra
el veneno obsesivo del poder, o entre los hombres a los que les encanta ese
poder y que acostumbran a hacer demostraciones de fuerza y brutalidad con él. Estábamos
ante Jon Lee Anderson.
De la noticia diaria a los
perfiles
Cuando Jon Lee Anderson todavía era
un joven periodista que trabajaba como reportero para la revista Time,
cubriendo la guerra en Centro América, se dio cuenta que escribir textos de
coyuntura noticiosa lo tenía encajonado. Descubrió que bajo ese modelo nunca
iba a llegar al corazón de la realidad que él quería contar, y que de esa
manera no iba a darse cuenta, por ejemplo, de los orígenes de un hecho, o de la
vida interior de un personaje, o de las razones por las que los hombres deciden
armarse y marchar a la guerra.
Durante su trabajo en Centro
América se fue adentrando en algunos aspectos de la realidad de las guerrillas
en Nicaragua y El Salvador, que a simple vista no se revelaban en los
reportajes que escribía, pero que aparecían ante sus ojos como una realidad
paralela. Fue por aquella época de búsqueda que descubrió una historia clandestina:
un libro sobre la vida en las guerrillas elaborado a partir de pequeños
perfiles, de semblanzas y biografías. Con las iluminaciones, circunstancias e
ideas que motivaron el surgimiento de esos grupos.
Unos años después se encontró con
la figura sobresaliente de Ernesto ‘El Ché’ Guevara, aquel médico argentino
convertido en icono de las guerrilleras latinoamericanas. Ese descubrimiento
hizo que Jon Lee iniciara una búsqueda de más de cinco años para tratar de
llenar las lagunas que él mismo tenía sobre la vida de este guerrero convertido
en mito. Así que decidió escribir su biografía.
Jon Lee sabía de antemano que no
iba a tratarse de una tarea fácil, pero tenía claro que su deber como
periodista era contar esa historia, aunque para ello se encontrara en el camino
con gentes de distintas ideologías y hombres violentos. Al final, escribió un
monumental texto, el doble de extenso de lo que se había planeado al principio.
Cuando terminó el libro y regresó al oficio diario, descubrió que su mirada del
mundo y de los hombres había cambiado: nunca más volvería ver las noticias sin
darse cuenta que detrás de ellas y de sus protagonistas, se movía el río de la
historia; que sus ojos eran, a partir de aquel momento, los de un biógrafo. Así
que sin más, y de la manera más natural, se dedicó a escribir perfiles.
Primeros
ingredientes
Lo primero que debe decirse sobre
la manera en que se hace un perfil es que no hay ni Biblias, ni decálogos, ni
cátedras, ni un compendio de recetas infalibles sobre este género del
periodismo. Simple y sencillamente no hay fórmulas. Lo único que cabe es la
suma de experiencias adquiridas en trabajos anteriores y apiladas en la cabeza
del autor, a las que debe unir las metodologías de investigación que mejor se
acomoden a su trabajo y un tono narrativo que le ayude a contar esa historia.
¿Qué es lo primero que se debe
saber cuando se va a elaborar un perfil? Para responder es mejor acudir a un
ejemplo: Birmania está inmersa en una suma de confrontaciones que ya ajustan
más de cincuenta años. Pero qué sabemos de lo que ha pasado en los últimos años
en ese país distinto de algún titular de prensa. Si se quisiera hacer un perfil
sobre ese país o un personaje que ayudara a dibujar el problema que allí
ocurre, cuál debería ser el camino a seguir. Tal vez, a manera de ejemplo,
podría escribirse el perfil de un personaje como Aung San Suu Kyi, Premio Nobel
de paz en 1991, en el que se relate cuál ha sido su papel en estos años de
guerra, bajo qué condiciones vive, cuáles han sido los antecedentes de su vida
y la influencia de su padre como fundador del estado y héroe nacional. Si el
autor del perfil logra responder esa y otra suma de preguntas que se ha hecho y
de paso darle contexto y cariz universal al personaje dentro de la historia,
estará cerca de lo que se ha propuesto, es decir hacer el perfil. De lo
contrario habría entrado en el terreno de otros géneros periodísticos distintos
del que se ha propuesto utilizar.
Sobre la base de este ejemplo
podríamos decir que entre las cosas fundamentales para hacer un perfil están:
·
El acceso permanente al personaje sobre el
que se va a escribir.
·
Lograr que deje las puertas abiertas de él y
de su entorno.
·
Acercarse a su vida familiar, al cerco de
amigos y a sus críticos.
·
Hablar con los parientes y con enemigos.
·
Ir a los lugares donde ocurrieron hechos para
establecer las conexiones entre el lugar y lo que salió de la cabeza del
personaje.
·
Evitar hacer una única y simple entrevistas.
Para Jon Lee el texto sobre Saddam
Hussein, en el que intenta examinar la influencia del líder máximo sobre Iraq,
es un perfil sino una crónica que sólo arrojó luces sobre el mundo exterior del
aquel hombre. Debido, sobre todo, al escaso acceso al personaje que se limita a
los testimonios de un cirujano plástico y de otros individuos cercanos a
él.
El perfil es, según el mismo Jon
Lee, una amalgama refinada en la que se mezclan otros géneros del periodismo.
Por ejemplo, un inicio de crónica ayuda a entender al personaje así no esté muy
conectado con él, como en el caso del perfil hecho a Gabriel García Márquez. En
ese texto, Jon Lee inicia con relato tipo crónica que ayuda al lector a ubicar
al escritor en Colombia y que intenta desde ahí hacerle entender al lector el
papel y la influencia que el escritor tiene en su país. Este tipo de arranques
sirven de pretexto para situar al lector y pueden ser utilizados así no tenga
una relación directa en principio con el tema central. En el texto sobre
Augusto Pinochet, el relato tipo crónica sobre el concierto en el estadio de
Santiago le ayuda al lector a recordar lo que ocurrió en ese lugar cuando se
instaló la dictadura entre los chilenos.
Con el corazón y con la cabeza
Esta parte está dedicada a explicar
los tipos de perfil. Veamos cuáles son:
Los perfiles de rigor no son realmente perfiles, sino simples semblanzas de las que aparecen en las ediciones dominicales de los diarios. Aquellos que se refieren casi siempre a hombres notables, actores de cine, artistas consagrados y deportistas de elite. Por lo general están elaborados a partir de entrevistas hechas en otras ocasiones, sacadas de archivos, con datos sobre el currículum vitae del personaje, de lecturas aquí y allá y, a veces (no siempre), de un encuentro personal con el protagonista de la historia.
Los perfiles de rigor no son realmente perfiles, sino simples semblanzas de las que aparecen en las ediciones dominicales de los diarios. Aquellos que se refieren casi siempre a hombres notables, actores de cine, artistas consagrados y deportistas de elite. Por lo general están elaborados a partir de entrevistas hechas en otras ocasiones, sacadas de archivos, con datos sobre el currículum vitae del personaje, de lecturas aquí y allá y, a veces (no siempre), de un encuentro personal con el protagonista de la historia.
Los perfiles de pasión son
aquellos que intentan captar y revelar, a través de gentes cercanas al
personaje, algo nuevo de él: aspectos de su vida secreta e interior y muestras
de su dimensión humana. En perfiles como estos las personas consultadas casi
siempre ayudan a entender el entorno del personaje, pero en ocasiones conducen
al periodista por callejones de confusión. Una manera de neutralizar este tipo
de dilemas es la de recurrir a un trabajo fuerte en reportería y luego de
narrativa en que se cuenten las sensaciones de los lugares visitados y de los
personajes consultados, en el que haya descripciones de lugar y en que se
utilicen al máximo todos los sentidos.
Perfiles de país. Los
perfiles no necesariamente deben ser sobre personajes, también pueden hacerse
sobre acontecimientos y lugares. Un ejemplo de ello es el perfil de Jon Lee
sobre Angola. Al comienzo él pensó en escribir un texto sobre el presidente de
ese país, pero rápidamente descubrió que el personaje era un ermitaño, por lo
que decidió que funcionaría mejor un relato sobre un país donde había ausencia
del poder y que se precipitaba hacia el desastre por despeñadero.
Perfiles de personajes célebres
y anónimos. Muchas veces lo que ocurre en un país se parece a la vida diaria
de una casa. Si se va a escribir el perfil del dramaturgo de un pueblo, hay que
llenarse de preguntas y buscar responderlas como si se tratara del perfil de un
gran personaje: cuál es su obra, su efecto, su actualidad, su rutina, quiénes
lo rodean. Hay intentar ver el mundo a través de sus ojos. El periodista debe
tener siempre claro que cada persona tiene audiencia natural o su repercusión
local o resonancia internacional. Alguien conocido universalmente impone un
reto distinto –ni mayor ni menor– al de un personaje local. En ambos casos es
necesario hallarles el contexto y saber qué lectores tendrá ese perfil. Cuando
se trata de un personaje célebre, la mitología que se teje en torno de su
figura exige su propia secuencia: en ese sentido el imaginario colectivo ayuda
mucho.
Perfiles del poder. Cuando
se trata de perfiles sobre mandatarios, Jon Lee entiende que son gentes con el
poder para decidir (bien o para mal) sobre el futuro de miles de personas. En
su caso, él intenta mostrar en los textos sobre hombre de poder la dimensión
humana que subyace al ejercicio del poder. Como ejemplo está el perfil de
Augusto Pinochet, en el que sabe de antemano que su personaje era en ese
momento un senador vitalicio, alejado del poder, pero presente en la Asamblea
junto a hijos y parientes de las víctimas de su dictadura. Representando en
aquel escenario el fascinante drama político del país. Así que lo que estaba
ante sus ojos era una serie de duda que debía responder en su artículo: ¿Cómo
había terminado todo así? ¿Era todo resultado al miedo o a la moderación
excesiva o al olvido? ¿Por qué ese empecinamiento de Pinochet por permanecer en
el medio del acontecer?
Cuando Jon Lee realizó el perfil de
Chávez lo que de entrada le interesaba entender era el personaje sobre el que
iba a escribir; saber si se trataba de un dictador con inclinaciones
democráticas o de un demócrata con tendencias dictatoriales. Si estaba ante un
personaje grotesco y fanfarrón o ante alguien serio. Y conocer el entorno que
había producido a un hombre como este. Decidido escribir sobre Chávez porque
era el único gobernante interesante en el continente, en medio de un grupo de
presidentes sin mucho brillo. De manera que uno de los caminos escogidos por
Jon Lee fue el de tratar de entender las motivaciones de Chávez y saber hasta
dónde podía llegar con sus ideales. Pero había un problema para poder entender
al personaje y era que él no conocía Venezuela, así que debió recorrer el país
durante dos meses para sentir el ambiente en que se había formado aquel hombre
particular. De esos viajes recogió mucha información que quedó por fuera del
texto final, porque algunas cosas simplemente no cabían dentro de los
propósitos planteados inicialmente en el perfil. Además, el reportero dedicado
a perfiles, y en general los periodistas de artículos en profundidad, tiene
claro que hay que saber limitar la información, concentrarla alrededor de la
tesis o las puntas de historia que se van a contar. De qué le pueden servir,
por ejemplo, una serie de testimonios que dicen lo mismo.
Haciendo el pastel
Presentamos una serie de elementos
importantes para construir un perfil y que sirven en general para la escritura
de textos de gran aliento.
La información. Hay que
buscar todo lo que pueda conseguirse sobre el personaje y su entorno. Para
ello, lo mejor es acudir a la información de archivo de los medios y de libros,
pero teniendo siempre en cuenta el rigor de esas informaciones para no repetir
errores que seguramente fueron subsanados a tiempo y de los que no sabemos
nada. La lectura no debe parar durante la reportería, pero a esa altura del
trabajo deben consultarse textos que ayuden a ampliar el mundo sobre el que se
está trabajando y a contextualizar los hechos.
Cuando Jon Lee elaboró el perfil
sobre Saddam Hussein leyó, además de dos textos publicados hacía varios años,
un completo y voluminoso libro que circuló un año antes de que él hiciera el
perfil. Lo hizo para estar al día con la historia, tanto antigua como reciente
de Iraq, y para conocer los episodios y las intrigas relevantes del gobierno
Hussein.
Por tratarse de un personaje sobre
el que se había levantado una imagen perversa había que estar lo
suficientemente informado para no pasar el límite entre el odio o el amor.
Había que trabajar con los ojos limpios para poder ver y construirse una idea
propia del personaje y su mundo.
El camino. Desde la
reportería hasta el momento de sentarse a escribir es preciso saber a dónde se
va, tener una idea orientadora que nutra todo el perfil: una idea central
determinante de la estructura. De no ser así, el periodista podría entrar en la
divagación. La tesis de la historia que servirá como hilo conductor deben
basarse en el conocimiento previo del personaje, sin embargo no hay que cerrar
las posibilidades de encontrar nuevas puertas de entrada a la historia, incluso
para estar dispuestos a desechar la idea inicial y retomar otro camino.
Salirse del círculo. Hacer
que las cosas cotidianas se mantengan frescas y novedosas es un reto
intelectual. Para ello es necesario agudizar la mirada, despertar los sentidos,
salirse por momentos del círculo de la historia para no caer en lugares comunes
o cliché, abandonar la rutina y hacer el ejercicio mental de ver lo propio con
ojos distintos, pararse en la otra orilla. No se trata de mantenerse al margen,
sino buscar la mirada de contraste que ayude a mirar con ojos ajenos. Sobre
esto no hay una hay fórmula exacta, lo único es tener cuidado para no incurrir
en esa tendencia de escribir perfiles que buscan exaltar lo pintoresco, lo
exótico: el boxeador ciego, el niño bicéfalo que lee a Marcel Proust, el
barrendero travestí. Hay que evitar hacer postales de la gente y convertirlas
en personajes de circo.
La extensión. No todos los
perfiles tienen la misma extensión, varían según el medio. El espacio para el
suplemento dominical de un periódico estaría entre 3.500 y 5.000 palabras. Con
menos palabras se escribe apenas una semblanza sobre alguna celebridad o la
reseña de un evento importante. En cambio, para una revista acostumbrada a los
textos de largo aliento, el perfil idóneo debe tener entre 10.000 y 13.000
palabras, que en páginas escritas a doble espacio resultan ser entre 40 y 50.
La longitud del texto es importante, porque el perfil es como una sinfonía:
consta de muchos instrumentos que juntos componen una melodía interior con su
ritmo y su clímax propios, es decir, con autonomía vital.
El perfil ideal requiere tiempo,
tal como si se fuera a escribir una biografía en profundidad y de alto nivel.
En el perfil hay que ir más allá de los simples hechos anecdóticos o ya
conocidos, que por supuesto deben saberse de antemano. Hay que buscar nuevas
cosas que permitan presentar de cuerpo entero al personaje, incluso indagar
sobre su lado oscuro. Siempre en todo perfil serán fundamentales los
movimientos, las escenas y los encuentros con otras personas.
Los tiempos. El perfil tiene
su tiempo propio. Es necesario romper, mediante el perfil, con el
argumento aquel que sostiene que el periodismo dura sólo un día. Hay que
escribir historias que sean vigentes, que sirva muchos años después como
referentes, como trozos de la historia.
La dimensión del personaje.
El perfil no puede ser lineal, porque los seres humanos no lo son. Lo que hay
que buscar en los personajes sobre los que se hace el perfil es la dimensión
que tienen, esa pluralidad que los hace distintos de los demás. En la biografía
de ‘El Ché’ Guevara, Jon Lee se encontró con más de 16 hilos conductores que se
iban entretejiendo, unos más cortos que otros. Un buen perfilador es aquel
capaz de tejer esos hilos para saber contar con ellos la historia y el
personaje, sin que se le deshilvane en ningún punto y logrando cerrar las
puntadas de cada hilo por corto o largo que sea. Casi una manualidad, sustentada
en la capacidad de cada escritor de saber armar estructuras. De ahí la
importancia de saber plantear desde el principio tesis fuertes.
La empatía. No todas las
veces el perfilador se encuentra con personajes que abren sus puertas. En
muchas ocasiones debe trabajar con hombres duros, ensimismados, cortantes y
ásperos con los que hay que establecer empatía. Para ello se necesita conocer
el personaje: sus gustos, debilidades, temas preferidos y hasta los
pasatiempos. Saber de antemano ese tipo de detalles permite establecer empatía
con el personaje a la hora de entrevistarse con él. Sin embargo, esos
encuentros deben parecerse más a conversaciones abiertas y no a entrevistas
formales, sin caer en cercanías ideológicas, evitando al máximo los discursos de
justificación y teniendo claro que no existen verdades absolutas.
Augusto Pinochet resultó ser un
ejemplo de ese tipo de personajes. Jon Lee sabía de antemano que el general era
un hombre difícil de sacudir, dispuesto a levantarse ante cualquier interrogante
incómodo. Que siempre se hacía acompañar por un par de guardaespaldas de
miradas amenazadoras y que desde hacía mucho tiempo se había distanciado de la
prensa y de los periodistas, a quienes consideraba como un grupo que intentaba
sitiarlo. Producto de esos complejos y obstáculos es que Pinochet se había
acostumbrado a responder las preguntas de la prensa con monosílabos, nunca con
respuestas profundas. Para romper el armazón de este hombre, Jon Lee decidió
pasar un día entero con él, recorriendo juntos el cuartel donde se firmó el
acta de la Junta Militar que siguió al golpe contra Salvador Allende. Aquel
lugar tenía bajo su custodia la colección de medallas y de parafernalia
napoleónica que poseía Pinochet. Viéndolas, Jon Lee confirmó esa obsesión del
ex dictador por la vida y obra de Napoleón y de los Césares romanos. Intuyó que
esas obsesiones decían más de la visión sobre sí mismo y sobre la política de
Pinochet, que cualquier tratado sobre su personalidad. Así que utilizó el tema
durante la conversación de manera que Pinochet se soltó y hasta permitió un
nuevo encuentro. En esos diálogos Jon Lee descubrió que mucho de lo que había
hecho este hombre, desde la construcción de su famosa carretera austral hasta
el bautizo de sus hijos con nombres de Cesares, revelaba una estrecha relación
entre el poder absoluto y sus héroes. Descubrió a un hombre absorbido por el
síndrome del heroísmo que añoraba parecerse a Napoleón.
El equilibrio. Ningún
extremo en el periodismo es bueno. Ni los personajes que intentan agradar al
periodista, ni aquellos que cierran por entero su círculo. Con lo primeros hay
que tener mucho cuidado porque intentarán valerse del periodista para que ser
exaltados. En esos casos no hay que comprometerse, hay que actuar con tacto y diplomacia,
sin dejarse envolver y seguir adelante pendiente de presiones e intentos de
soborno. En el caso de los segundos, hay que mantener el equilibrio para lograr
reflejar la realidad.
Los segundos, pueden ser personajes
públicos sobre los que existe un consenso negativo de los que hasta el mismo
periodista puede estar de acuerdo. Sin embargo, es preciso llegar a la persona,
hacerse a la voluntad de escucharlo así sea detestable y cuidarse todo el
tiempo de torcer sus palabras. En todo caso hay que estar alerta de encontrar
algo que ponga a este tipo de personajes en la picota pública, pero nunca hay
que mentir sobre ellos.
Los malos también son interesantes,
así no sean atractivos ni simpáticos. Como le ocurrió a Jon Lee con Pinochet de
quien guardaba la imagen de monstruo. En ese caso, como en el del ‘El Ché’
Guevara, el afán orientador era igual: importaba la respuesta a una suma de
preguntas y no la simpatía por el personaje.
En el caso del Rey Juan Carlos de
España había otra serie de circunstancias de las que era necesario cuidarse. De
entrada el Rey era un ser simpático, pero había que estar distante del séquito
de personajes de palacio que quería manipularlo todo en favor de su monarca.
Había que evitar que esa molestia contaminara las percepciones sobre el rey.
Voces de contraste. Para sus
perfiles Jon Lee entrevista por lo general entre 40 a 50 personas. De ese
volumen él escoge los testimonios fuertes y se hace a una idea clara del
personaje. Así que al final utiliza entre seis y ocho voces. Con frecuencia muy
pocos personajes aledaños quedan en los perfiles. Muchos no entran si no
aportan a una narrativa con su propia realidad. No todo se cita. Las partes
utilizadas son las que ayudan a reflejar el momento y lo que está en la mente del
personaje. En todo caso el periodista debe tener en cuenta que su trabajo puede
ejercer un efecto trascendental en la vida de los otros, por lo que debe tener
mucho cuidado con los datos sobre la vida personal del perfilado.
Uno de los temas que debe saberse
manejar es el uso del off the record. No debe publicarse información que se
mantenga bajo esta reserva. Lo que puede hacerse es negociar con la persona que
suministró la información para que permita que se divulgue. En todo caso, un
periodista puede omitir información, pero nunca mentir.
Demostrar. El periodista
debe demostrar las afirmaciones que hace. No basta con decir que el personaje
es neurótico u obsesivo, gracioso o irresponsable. Hay que mostrar eso que dice
en el texto. Lo demás es engañar al lector. Un buen perfil debe entregar
información párrafo a párrafo y en ello juega un papel importante el editor que
ayuda a mirar desde afuera el texto, a formular correctivos y a darse cuenta de
los desvíos.
Mostrar. Hay momentos
en los que es preciso entregar información necesaria, pero sin causar dolor al
lector. Las escenas son aquí de mucha ayuda, pues constituyen respiros,
espacios amenos para que el lector participe de la realidad contada. El
periodista debe ser como una esponja que absorbe todo los detalles en la
reportería. El periodismo narrativo muestra, no sólo relata, pone sus sentidos
al servicio del lector para que éste participe como en un escenario, para vea
por sus ojos, para que huela lo que el periodista olió y llegue a sus propias
conclusiones sin que se lo digan: sobre todo si se trata de una persona.
A la hora de describir el personaje
y las escenas hay que tener en cuenta:
·
Conviene siempre situar al personaje en el
espacio y en el tiempo.
·
Es importante incluir el entorno porque tiene
incidencia.
·
La finalidad es entender un personaje, lo cual
no implica utilizarlo como pretexto únicamente para hablar de un país, porque
sería utilizarlo como un objeto de culto.
·
El acto de reportería es un acto consciente de
búsqueda del escenario para el cuadro tridimensional.
·
Así mismo es necesario mostrar la cara del
personaje, su aspecto físico, sus gestos y ademanes.
·
El lenguaje corporal es clave: en los
movimientos de un personaje se define, con frecuencia, su trato con los demás
seres humanos, su nivel de autoestima, sus inseguridades.
La primera persona. Para el
periodista es mejor excluirse del perfil, pero de ser necesario ya sea por el
personaje o por las escenas debe aparecer, aunque hay que evitar abusar del YO
en el texto. Lo que puede hacerse evidente es la cercanía del periodista con el
personaje y aprovechar los encuentros para la narración. Sin embargo en la
edición del texto hay que buscar pulir y eliminar hasta reducir al mínimo la
presencia del YO.
El primer párrafo. Un buen
comienzo es aquel que cuenta, no el que opina. Ese es el que se gana y engancha
al lector. De tal manera que hay que empezar con hechos relevantes, con un
golpe duro a la quijada del lector. El comienzo del perfil sobre el presidente venezolano,
Hugo Chávez, es un diálogo de Jon Lee con un siquiatra amigo del mandatario que
decide hablar de su amigo el presidente mediante el uso de una lista de rasgos
de personalidad entre éste y Simón Bolívar. Allí estaba una de las claves
fundamentales, una manera novedosa de ver aquel mandatario. Más allá del
individuo y su reserva para no violar el juramento hipocrático, la comparación
de Chávez con Bolívar era una manera reveladora de hablar indirectamente del presidente.
Un buen enganche.
En el libro de ‘El Ché’ Guevara,
Jon Lee inicia la biografía haciendo referencia al horóscopo del líder
guerrillero porque se trataba de una forma novedosa de presentarlo al público.
Tomó la decisión de hacerlo de esa manera, porque tenía la clara intención de mostrar
que el personaje estaba rodeado de mentiras (en la fecha de su nacimiento había
contradicciones y mentiras, incluso el lugar donde estaba sepultado se
desconocía), así que ese era un recurso de mucho más impacto para intrigar al
público que haber empezado por la historia de las guerrillas en América
Latina.
El Lector. El lector
siempre cuenta. No hay que suponer que él lo sabe todo sobre el personaje.
Cuando Jon Lee escribió la biografía de ‘El Ché’ Guevara, entendió que había
que contarlo para un mundo más allá de los que lo conocían, pero que además
revelara hechos desconocidos y allanara las lagunas históricas de un público
más general. Sabía que debía explicar el contexto de la historia, para hacerlo
ver lo más tridimensional posible.
Para tener en cuenta
Los periodistas que quieran
elaborar perfiles deberían tener en cuenta las siguientes anotaciones para que
sus próximos textos no se queden apenas en semblanzas o reseñas de un
personaje:
·
Con poco espacio para publicar y tiempo para la reportería
apenas si se logra hacer un embrión de perfil.
·
La premura del tiempo trae consigo párrafos de
inicio insulsos, voces descontextualizadas, hilos narrativos sueltos y citas
gratuitas que en nada ayudan al texto, que suenan a que fueron puesta allí por
el simple hecho de que fueron dichas por el personaje.
·
En todos los casos hay que evitar el excesivo
apego a los colaboradores del personaje y aquellas voces que suenan a apóstoles
de un mito.
·
Varios de los principales males que se pueden
detectar fácilmente en un perfil son entre otros: la falta de fuentes, la
carencia de escenas, las simpatías declaradas y la falta de distancia del autor
frente al personaje lo que con frecuencia conduce a textos más cercanos a la
vida y obra de un santo que artículos periodísticos reveladores.
·
Si bien el periodista trabaja para un medio,
debe tomar distancia de los intereses y compromisos de éste, mucho más si el
personaje tiene relación directa con dichos compromisos.
·
Los políticos saben que la mejor temporada para
que los periodistas hagan perfiles de ellos es durante las campañas
electorales. Para evitar picar el anzuelo y no condicionar su escritura, el
periodista debe estar atento de los espejismos durante esa época y evitar
contagiarse del ambiente popular que por lo general está alterado.
·
Una vez escrito el perfil hay que leerlo en voz
alta para detectar errores, para encontrar aquellas frases que no suena bien,
para advertir esas afirmaciones sin justificar y para tachar de plano el estilo
declamatorio y el exceso de adjetivos.
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